Hace unas semanas, más de 50.000 personas se reunieron en Barcelona para el ‘Mobile World Congress’, el cónclave anual de los teléfonos móviles. Acudieron a admirar boquiabiertos la generación más reciente de chismes, equipados una vez más con nuevas aplicaciones y nuevos diseños. Sin embargo, esta innovación elogiada de forma casi unánime tiene una cara oscura. Aproximadamente la mitad del consumo de energía de la red de telefonía móvil se atribuye a la producción de los teléfonos.
La del teléfono móvil es una historia de éxito sin parangón. Transcurridos sólo 15 años desde el nacimiento de las redes móviles, casi la mitad de la población mundial (2.700 millones de personas) tiene teléfono móvil. Ello no significa que durante este tiempo se hayan producido sólo 2.700 millones de teléfonos, sino varias veces esa cantidad. Tan sólo en 2007 se vendieron 1.160 millones de teléfonos, buena parte de ellos para sustituir a otros. En principio, un teléfono móvil se puede utilizar durante 10 años o más. Pero existen multitud de razones que nos impulsan a cambiar de aparato mucho antes.
Cámara, pantalla táctil, GPS e Internet
Al principio se cambiaba de teléfono móvil porque cada vez eran más pequeños y ligeros, características que mejoran su portabilidad. Luego salieron al mercado los teléfonos móviles con cámara incorporada, equipados con pantalla en color. Estas cámaras tienen más píxels cada año que pasa, lo cual es otro motivo para comprar un teléfono nuevo.
Entretanto, los dispositivos fueron dotándose de más memoria, pantallas más grandes y teclados plegables que facilitan el envío de mensajes de texto. Después vinieron los aparatos con reproductor de MP3 incorporado.
Transferir un gigabit de información (unos 500 minutos de llamadas) consume tanta energía como conducir un coche durante 200 kilómetros.
Las mejoras más recientes son los teléfonos con pantalla táctil, los modelos con GPS integrado y los que se conectan a Internet. En especial, esta última aplicación (combinada con las redes de tercera generación más rápidas, como UMTS) está considerada como la promesa para el futuro que se avecina: dentro de poco estaremos todos mandando correos electrónicos, navegando por la web, descargando música, viendo la televisión y jugando a juegos en red, todo ello en nuestro móvil.
Además de dichas mejoras técnicas, el teléfono móvil es también un objeto de moda y un símbolo de estatus, lo cual sirve por sí mismo para justificar su sustitución periódica. La consecuencia de todo lo dicho es que un teléfono móvil no llega a durar ni dos años, como media. Generalmente se cambia de aparato cuando la batería dice ‘basta’.
La fabricación del teléfono
Eso significa que cada uno de nosotros compraremos unos 35 teléfonos móviles a lo largo de nuestra vida. Desde un punto de vista medioambiental, la fabricación de todos esos aparatos supera la energía que consume el uso del teléfono en sí.
Según un análisis del ciclo de vida realizado por encargo de Nokia, el 70% del consumo total de energía de un teléfono móvil tiene lugar durante la fase de su producción: la captación de las materias primas, la producción de los componentes, el ensamblaje del equipo y, por último, el transporte de las materias primas, los componentes y los productos acabados. La recarga del teléfono constituye sólo el 30% del consumo total de energía.
El 70% del consumo total de energía de un teléfono móvil tiene lugar durante la fase de su producción.
La cantidad de energía consumida no es precisamente poca: a lo largo de su vida útil, un teléfono móvil consume una energía media de 260 megajoules (MJ): 180 MJ para fabricarlo y 80 MJ durante su uso. 260 MJ bastarían para encender 1.200 bombillas de 60 W durante una hora. Si multiplicamos esa cantidad por 35 (los teléfonos que tiene una persona a lo largo de su vida) y por 2.700 millones (la cantidad de personas que pueden permitirse un móvil actualmente) se observa claramente que el progreso tiene un precio. Por otra parte, más del 90% de los residuos se generan también durante la fase de producción.
Una línea fija consume mucha menos electricidad que un teléfono móvil (de hecho, se alimenta desde la centralita, a través del cable de cobre) y dura mucho más. Al menos, así era hasta que llegaron los móviles, porque desde entonces los teléfonos fijos también pasaron a ser electrodomésticos móviles y de moda.
La infraestructura telefónica
La infraestructura de telefonía móvil también consume más energía que la de telefonía fija. Según un estudio suizo de diciembre de 2004, transmitir información a través de una red móvil consume el triple de energía que hacerlo por una red fija (incluidos el cobre y la fibra óptica adicionales que utiliza dicha red fija). El cambio de las redes GSM a las de tercera generación, como UMTS, disparará todavía más el consumo de energía. Estas redes necesitan un 50% más de estaciones base, que consumen cuatro veces más energía.
No obstante, gracias a su mayor rapidez de transferencia de datos, la red UMTS por sí misma es más eficiente desde el punto de vista energético. Transferir un gigabit de información (unos 500 minutos de llamadas) a través de la red GSM consume tanta energía como conducir un coche durante 220 kilómetros; en cambio, en el caso de una red UMTS serían ‘sólo’ 150 kilómetros. No obstante, dado que la red UMTS servirá para dar paso a toda clase de aplicaciones nuevas (como la transmisión de música y de películas), la transferencia de datos por cada usuario aumentará considerablemente. Los estudiosos han calculado que las redes UMTS acabarán consumiendo 2,4 veces más energía que las redes GSM.
Vida útil
Incluso teniendo en cuenta el consumo de energía de toda la red telefónica, la fase de producción de los teléfonos sigue siendo decisiva (alrededor del 50% de la energía total). Hay muchísimos más teléfonos que estaciones base, y la infraestructura de red dura un promedio de ocho veces más que los teléfonos. Los investigadores concluyen que prolongar la vida útil de los teléfonos de uno a cuatro años disminuiría en un 40% el impacto ecológico de la infraestructura telefónica en su conjunto. Según los suizos, recargar un móvil es sólo del 5% al 15% de su consumo energético total.
Si se quiere tomar una decisión ecológica, no hay más que una opción: conservar el móvil tanto tiempo como se pueda, y evitar todas las innovaciones.
Los (moderados) esfuerzos de los fabricantes por teñir de verde sus chismes se dirigen en su mayoría a reducir el consumo de energía durante la fase de utilización. Sin embargo, si pretendemos contener el consumo de energía de la red telefónica, sería mucho más efectivo prolongar la vida útil de los móviles. Además, la mayor eficiencia energética siempre se ve neutralizada por las aplicaciones adicionales, que consumen más energía.
Ni siquiera los móviles que se recargan con paneles solares o con manivela influyen mucho en los daños ecológicos de la tecnología. Tampoco lo hacen los teléfonos que son más fáciles de reciclar, ya que como se ha indicado, el 90% de los residuos se generan durante la producción. Por lo tanto, la cantidad de basura electrónica, ya de por sí enorme, no es más que la punta del iceberg.
Si se quiere tomar una decisión ecológica, no hay más que una opción: conservar el móvil tanto tiempo como se pueda, y evitar todas las innovaciones. Un mensaje que no se oyó mucho durante el Mobile World Congress de Barcelona.